Cuestión de piel
En los últimos tiempos, Coco Martin se ha ido retirando hacia atmósferas cada vez más enrarecidas o, si se quiere, espacios más alejados, desde donde se sabe capaz de extraer para su fotografía una mirada reconcentrada. Se trata de una experimentación no realizada en el laboratorio sino, más bien, por maquinación imaginativa, por logística de composición, por mecánica de encuadre y por diseño de representación. La elección técnica de positivar negativos de película en blanco y negro en papel para fotografía en color es perfectamente consecuente con el proceso emprendido.
Los registros que este grupo de sus imágenes recientes asimila son válidos. La obliteración y el camuflaje para sembrar la duda acerca de la presencia real de la imagen; la literalidad subvertida mediante el maquillaje y la propuesta en escena; y la seducción visual a flor de piel y cuerpo -desnudos como en cierta fotografía de modas-, coexisten pacíficamente sin disputarse primacía en la discriminación del espectador. Es más, parecían apoyarse mutuamente, como en una trama de referencias cruzadas, de manera que lo que en algún momento es percibido como límite resulta no estar delimitando nada al instante siguiente.
Las fotografías de Martin son imágenes fijas de las fantasías que pasan en continuado al interior de una caja de tiempo controlado, que podría ser la imaginación martillada por algún trance obsesivo. Los mismos climas se suceden sin tregua al interior de esta representación de una mente acalorada, convirtiendo a la percepción de los otros en una ecran agujereado por la temperatura acumulada de proyecciones, sobreimpresiones, fragmentaciones, revestimientos, posicionamientos, máscaras y tamices.
Algo queda, como impresión retiniana de esta linterna mágica, que remite visualmente a un mundo clásico, de proporciones áureas, de alegorías. Pero nada se eleva en lamento de su pérdida, como si todo el atractivo y fervor respondiera únicamente a sus restos descartables; como si el ingreso y salida de una sensibilidad en un registro valieran por la piel generada, que, finalmente, que era desechada -como una piel de serpiente- en el proceso.
La ilusión visual también se desdobla en ilusión táctil creada por la apariencia. Un brevísimo estremecimiento erótico surca como una onda solitaria en el campo de la mirada en más de una ocasión, imprimiéndose en la piel, que lo irradia por contacto con naturalezas varias: un fragmento cerámico, un papel, un ají, una flor seca.
Y es así que el espectáculo lujurioso, propio de un enorme teatro de ilusiones, se ve contenido aquí dentro de los confines de un proscenio para representaciones de cámara.
Jorge Villacorta Chávez
Lima, 12 de junio de 1994